viernes, noviembre 17, 2006

EL ESCRITOR

Es joven, talentoso, cercano a mí y posiblemente ya sepa de mis intenciones. Él, EL ESCRITOR, será mi verdugo. A través de él, mi muerte, mi suicidio consumado, engrosará la fila de los crímenes pasionales en la Ciudad de México. Él vendrá a mí como la serpiente regresa a su cesto. Y yo le daré de comer. Noche y día serán uno en el último segundo de mi existencia y el primer verdor de su eternidad. El escritor León Hurtado y EL ESCRITOR, unidos bajo un mismo hecho histórico: el asesinato del primero a manos del segundo.
Se lanzaron los dados del plan Holiday sobre el tapete de la muerte.


LEÓN HURTADO.

jueves, noviembre 09, 2006

NUEVA DIRECCIÓN SUICIDA

¿Cómo hablar del suicidio, cómo matar esta naturaleza que me pide escribir sobre el amor y la vida al vodka de media noche de una de Billie Holiday? Y es que nadie piensa en la muerte cuando se degusta el jazz de toda mi juventud. Pelillos a la mar con mi santo desquicio y esta noche, que suiciden al suicidio porque yo, ya no soy yo, soy el otro, el que no envejeció. Soy la manta al cuello del recuerdo y soy carretera ancha de ochenta y un años exactos. Repleto de vivencias, de vino, de vodka y de vida. ¡Valiente libertino! Que me maten si esta noche estoy frente al teclado de la computadora y no en el Quo Vadis Jazz Club de Nueva York, hace cincuenta y seis años. Que me maten, oh Dios; sobre el escenario el humo en volutas se mezcla con la bruma del licor y tras él, aparece La Negra que ofrece el paraíso en bandeja. ¡Ladies & Gents! Tonight, ¡miss Holiday! ¡Billie Holiday!
Y los acordes del Let me down, brillan sobre el piano blanco de cola estrecha.
Pero cómo hablar hoy de suicidio, si estoy como el aspirante a escritor escribe, "henchido de vida" por haber vivido por última vez una de mis celebraciones y jaranas fúnebres preferidas: el día de muertos mexicano.
¿Y qué tiene que ver esto con mi encuentro jazzístico y holidiano de hace casi 60 años en el Quo Vadis de N.Y.?
Billie Hiloday me enseñó una receta magitral para el suicidio: hacer que parezca tu muerte, un asesinato. Hace unos días lo vi claro. En mi altar de muertos cercano al metro Panteones de la línea azul, me encontré con la negra Billie. Hablamos, reímos, me cantó al oído e hicimos el amor en la oscuridad de mi panteón familiar. Me invitó a un poco de heroína. ¡Yo, a mi tercera edad y todavía con los picos pardos del caballo blanco!
Todavía no tengo la víctima. Aún así, anuncio aquí y ahora que, tras codearme en las últimas semanas con las clásicas formas del suicidio –horca, corte de venas, arrojarse al metro (ahora debo pagar 18 mil dólares de multa por haber causado colapso ferroviario)-, a partir de mañana, mis fuerzas suicidas irán enfocadas al plan Holiday.
Amigos, ya pensé en la posible víctima. ¿Un político? ¿Un cura? ¿O un poeta?
Se admiten sugerencias.

LEÓN HURTADO.

viernes, octubre 20, 2006

AQUÍ


¡Txe, Dalí! ¿Qué fas açí?
¡Che, Dalí! ¿Qué haces aquí?

Aquí, en mi cárcel personal de las SS. ¿Será que en los Sueños Suicidas to' quisqui está invitado? Pasa, quiero que te sientas como en casa, mi apreciado Chedalí.

?Íça saf éuq¿ !Ílad, ext¡
?Íuqa secah éuq¿ !Ílad, ech¡

LEÓN HURTADO

domingo, octubre 15, 2006

UNA RAZÓN PARA EL SUICIDIO.

El olor a viejo que exhalan mis ropas. Ese olor a ácido úrico, a naftalina y pegamento, a hueso reseco de taxidermista. ¿No es razón para el suicidio este olor a muerte por aburrimiento y desazón? Que nadie se engañe, la vejez si aporta algo, es fastidio y congoja en sobre manera. Sobre dosis de pasatiempos y kleenex en las maletas de los millones de niños viejos que surcamos las costas en crucero. ¿No es razón ésa para matarse, para acabar en la sala forense como un jamón picado por la mosca cojonera? ¡Por Dios! ¿Habré de explicarme con mayor claridad? ¡Pobres geriátricos ciegos al subtexto de la vejez! Completa ingenuidad puesta al servicio del comercio en la tercera edad. Un viejo menos supone para ellos -llámense residencias, asilos o geriátricos- 8mil€ ausentes de sus cuentas corrientes...
No obstante yo no me resigno, den por hecho que mi suicidio será sonado.
Continúo.
Una clara razón que justifica mi muerte es el asco que me produce mi propio olor a viejo. Me recuerda a mi padre, a mi tío, a mi abuelo y a todos los viejos de mi familia que antes que yo, también fueron viejos. Y no sólo eso, sino que sé que es mediante el olor que ellos viven a mi lado. Como fantasmas apesadumbrados, como espectros fracasados que no molestan ni interrumpen, tan sólo se contentan con la ausente compañía de su “yo” en vida, o sea yo, su clon. León, hijo de hijo de hijo de hijo...antepenúltimo clon de la saga que me apellida Hurtado. Mi hijo y mi nieto, penúltimo y último respectivamente. ¿Será que mi padre, junto a su padre y quizás junto a algún hueso hurtado más, me espera a que parta y me reúna con él hasta el día en que sea mi hijo quien huela a viejo y muerte y no yo?
Lo he rumiado y quizá el olor a viejo sea la presencia de uno mismo en el más allá. Si así fuera, lo cobarde aflora en mí cuando considero a mi olor como una buena causa para matarme. Sin embargo, viejo sibarita pobre, seductor de alumnas, ala triste de murciélago que soy, el aquí y ahora continuo de mi vida jamás predijo más allá alguno. Por tanto, que se joda mi olor a calcetín remendado y sea bienvenida como causa per se para el suicidio, la fétida máscara de mi vejez.

LEÓN HURTADO.

miércoles, octubre 11, 2006

LA ENVIDIA


Envidia de viejo.
Que ya no es envidia al éxito, ni al amor, ni a la riqueza, sino a la vida. Envido la vida, aunque sea la vida de aquéllos que se la pasan envidiando toda su vida. Como mi nieto, que a sus 27 años de joven guapo y sin preocupaciones, envidia la suerte de todo aquello que toca, pues todito ello se convierte en oro, todo menos él; porque él se considera poco más que una mierda. Una mierda hermosa, egocéntrica, atractiva, una mierda que espera ser abono para futuros frutos. Si viviera mi amigo Vicente Rico (que de rico sólo tuvo el apellido) diría, ironías de la vida. De la vida que envidio, digo yo. ¡Pobre Rico, que gordo y wildeano te nos fuiste un día, chuzo de vino barato!
Sí. Hoy es la envidia, la necesidad de acabar a palos de envidia con la vida que me queda para justificar mis ansias burguesas de suicidio. Y mañana será otra cosa.
LEÓN HURTADO

martes, octubre 03, 2006

ARENGAS INFANTILES

¿Qué pasaría si fuera un niño toda mi vida? ¿Necesitaría constantemente de una madre? Dicen que los egocéntricos son niños que nunca maduraron. ¿Mi niño interior es mi ego? ¿No dijo Cristo que el que fuera como un niño entraría en el reino de los cielos? Y si niño es egocéntrico y pendejo también es niño...¿quién entra al fin en el reino de los cielos?
¿Qué pasaría si a la edad de 8 ó 10 años hubiese sido papá? Ser papá es clonarte, repetirte, que alguien te recuerde todos los días que fuiste joven; ser papá es eternizar el recuerdo de quién eras y cómo eras en el momento de concebir a tu hijo.
¿Qué pasaría si al verme en un espejo, en vez de verme más viejo y más parecido a mi padre –al que maté al crecer-, cada día me encontrara más infante en vez de más infame?

¿Un niño eterno soñará con rasurarse y ser mayor?

Dice una leyenda india, que si sumamos los momentos felices de nuestras vidas segundo a segundo, minuto a minuto, no sobrepasarán todos juntos más de 4 ó 5 años. Por tanto, todos somos niños. Todos.
¿Es cierto que la felicidad te conforma como niño? ¿Es cierto que un niño feliz será una mejor persona? O el niño, al asemejarse al loco y al beodo en que como ellos, siempre dice la verdad ¿se convierte en un elemento ácido, peligroso y subversivo por ello?
Cuando yo era pequeño, lo admito, era más feliz. ¿Cuándo se me empezó a ir la niñez? Alrededor de los 8 ó 9 años, justo cuando empezaba a tener conciencia directa del mundo que me rodeaba. Ahí fue cuando empecé a compararme o a querer y a odiar a la vez a mis hermanos mayores. Por eso tengo una relación más pura con mis hermanos pequeños: siempre pensé que ellos no se comparaban conmigo.
Veo terrible el dejar de ser niño para ser mayor, si al menos fuera para no parecerme mi padre -dirá al envejecer Mafalda, la niña mitológica.
Un niño tiene la hermosura de un brote que germina, un niño eterno tiene el aspecto de esqueje barnizado en plástico.
Esta sociedad es de plástico. Esta sociedad está aniñada. Esta sociedad da niños viejos, de plástico.
Los sabios dicen, si me considero niño lo seré. Los consumistas dicen, si lo soy me lo consideraré.
Si fuera niño toda mi vida, jamás probaría el sabor de mi carne al pudrirse. Quiero probarme pronto, porque sé, que incluso con malvas y a tres metros bajo tierra, me gustaré.

Ser un niño eterno pero con corazón de viejo a cambio de ser feliz. Es un precio muy caro, pero lo pagamos muchos.

LEÓN HURTADO

lunes, septiembre 18, 2006

EL METAZTECA (1).

“Que nos lleve la chingada, pero que a mí ni me toque. Que nos lleve la chingada de poco a poco, lento, las cosas de palacio van despacio. Que nos lleve la chingada, que acabe con todo, que muera el hambre por su propia hambre, que muera el tecnócrata que teje con hilos acero el corazón de México. Que nos lleve la chingada y nos deje sin pan, sin leche, que nos deje hasta en los huesos la puta chingada.
Que nos lleve la chingada Niño Dios, que nos lleve Jesusito lindo, que nos lleve la Guadalupana y la del Rocío que nos lleve, pero que lo haga pronto porque este país, esta tierra, no aguanta tanta puta chingadera.”

Terminé de leer mi ponencia poética sobre el presente de México y de entre los oyentes, se me acercó un periodista.

-Es usted un irrespetuoso, que lo sepa...

Empezamos bien, ¡un mexicano que me pierde el respeto, vaya novedad!

-...¿No le da vergüenza hablar así del país que le acogió por tantos años?- prosiguió con su cara de axolote frito.
-Mi amor por México -agregué sincero-, es tan grande que prefiero que me lleve la chingada a seguir así un día más-.
-Deberían extraditarlo, ¡pinche gachupas! –cayeron sus babas sobre mi mesa.

Se volteó indignado y en reniego se fue mientras apartaba con manitas de puerco a sus compañeros. Juro que vi la cola del anfibio de Xochimilco abultándole el coxis. El pobre hombre no había entendido nada.
Se me acercó otro periodista, pero éste con sonrisa de luna creciente y ladeada. De inmediato, me produjo un escalofrío en el estómago. A este oído que oyó tantas cosas en su vida, le dijo susurrante aquel tipo raro.

-Bienaventurados los suicidas, porque de ellos será la no vida-.

Apartó un palmo su boca con olor a tacos al pastor de mi oído y frente a frente, me miró de arriba abajo como si un servidor fuera cecina seca y en venta en mercado provinciano.

-¿Quiere que le enseñe el suicidio metazteca? Venga mañana a esta dirección-.

Alargó su mano tatuada con los símbolos de Pakal el Grande, antiguo gobernante del estado maya B’aakal quien fue elevado a la categoría de Dios durante muchos años. Alargó su mano y me dio una tarjeta en forma de estrella.

¿Qué era un metazteca y cuál su forma de suicidio? ¿Un periodista con símbolos mayas en las manos? Algo no estaba claro puesto que los aztecas y los mayas siempre fueron enemigos naturales. Decidí ir cuanto antes a la dirección que en impresión dorada sobre color púrpura marcaba el rumbo hacia un lugar llamado Casa Atzlán, en el centro de la ciudad.

LEÓN HURTADO.

sábado, septiembre 09, 2006

HASTA LOS COJONES


Nadie habla de la decadencia del sexo en la vejez y los que lo hacen, auguran las mieles de la sabiduría en pos de la libido perdida. Mentira. La libido nos hace humanos y la falta de ella, meros angelitos arrugados. Uvas pasas con alas de mosquito. Saltimbanquis en silla de ruedas. Viejos cetrinos, mortecinos, grises como amebas y nunca verdes pese a los tópicos.

Luís Buñuel, más hermano mayor que amigo, me dijo hace mil años durante una tarde lluviosa de septiembre en el café Jakemir de la calle Isabel la Católica, que cambiaría su libido por pulmones frescos e hígado sano. Lo entiendo, las mujeres latinoamericanas siempre tuvieron un defecto: la pérdida del deseo sexual una vez aposentadas en la rutina amatoria; cuestión de herencia española, lo puedo asegurar.

¿Para qué mentir a mi edad? Las mujeres nunca me dieron el placer que yo estaba dispuesto a darles. Y no lo entiendo si me quedo en la epidermis del asunto, pues nunca estuve de mal ver. Ahora con los años otro gallo canta, sobre todo a las doce y en noche buena, porque del otro canto –el de las sirenas carnales-, mejor ni hablemos.

A veces imagino que divido por tres mi edad y vuelvo a mis veintisiete ¿y qué veo? Veo amor, veo vida y también veo deseos sexuales insatisfechos. ¿Por qué los hombres, los machos, somos tan cobardes? ¿Por qué teniendo cojones, poseyendo a Dios entre las piernas, castramos nuestra divinidad? Eso nunca les pasó a los maricones. Muchas veces pensé que si hubiese tenido una vida homosexual, la felicidad de la carne no me habría salido tan cara.

Los mayores placeres de mi falo, los cociné con la receta de Onán.

Esta noche llevé a una mujer que me gusta mucho a mi cama. No quiso acostarse conmigo. No por la edad sino por su cansancio. Si por mi cuerpo la testosterona no fluyera aún, la entendería.

Natividad, esta noche me obligaste a suicidarme con literatura.
¿Te parece eso bonito cuando quería encontrar poemas nuevos entre tus pechos?

Tranquila, cuando seas hombre entenderás de qué hablo.

LEÓN HURTADO.

miércoles, septiembre 06, 2006

EL OTRO Y YO


Detrás del otro, siempre estoy yo.
Delante del otro, siempre estoy yo.
El otro aguarda siempre entre yo y mi yo.
Alrededor, no hay nada.
LEÓN HURTADO.

lunes, septiembre 04, 2006

MIS SUICIDIOS

A los dados.

Cayó noche y aguacero portuario en la cantina EL PERRO. A mi alrededor dos viejos, tres marineros y el cantinero tras la barra. Iba perdiendo la partida de cartas y sólo me quedaba plata para una chela más. Era finales del verano de 1971, hace hoy treinta y cinco años. ¿81 menos 35? Cuarenta y seis años tenía yo y las cosas más dulces y turbias que ahora.

Arrecia la lluvia y entra por la puerta de dos piezas bajas El Camelo, un chamaco de veintisiete años. El Camelo era recio. Lo llamábamos así en la colonia Camarones de Veracruz porque a pesar del tamaño y la altura del tipo, el güey era un camelo, pura mentira, una alucinación óptica; maricón, manso y buena persona.

-¿Quíhubo?-, pregunta con su voz de ángel ronco.

-Aquí nomás, platicando sobre mujeres-, contesto mientras se seca la cara con un trapo de limpiar pescado-.

-¿Alguien me reta a un suicidio?-.

-¿Qué dices Camelo? Siéntate y no digas mamadas-.

-Hablo en serio, miren, éste es el revolver que perdió el puto Moncada el otro día en la Gayofa.

Enrique Moncada era el asistente del delegado, un matón de bigotes anchos con exceso de soberbia y la Gayofa, un burdel de mala muerte en la parte más remota del puerto.

-Hablo en serio, miren-, repite seguro de sí mismo El Camelo. El fierro era una treinta y ocho hecha en Sonora aquel mismo año, con las siglas del PRI en la culata.

-¿Alguien se avienta la apuesta?-, los murmullos afloran de las bocas beodas de los parroquianos.

-¡Yo!-, exclamé con ánimo de persuadirlo.

-¡Órale, salgamos afuera!-.

Afuera empieza a hacer frío y todavía gotea agua sucia de las tejas de la cantina. Cae el reflejo de la luna sobre un charco. Uno a uno, los tres lobos de mar, los dos rancios y el tendero, se sientan sobre la banqueta húmeda. Comentan entre sí qué chingados sé yo.

-¿A los dados?-.

-¿Qué?-.

-Quien saque tres veces siete, gana. El que pierda se vuela la sesera aquí mismo. Tú primero, güey-.

Acepto. Es una forma fácil y rápida de acabar con esta estupidez. ¿Quién saca tres veces siete a los dados? Nadie. Como iba a perder yo, el Camelo me entregaría el revolver, yo le quitaría los plomos y volvería a la partida de cartas que perdía con tanto aplomo.

El primer lanzamiento lo hago sin mirar, como quien escupe en la calle restos de tabaco en los dientes. Oigo los dados rebotar sobre el asfalto, los seis güeyes de la banqueta enmudecen de golpe. Un cinco y un dos, siete. Me contengo y no digo nada. Recojo los dados y el Camelo me sonríe. Miro a mi alrededor, todos me observan. Esta vez lanzo los dados al aire y caen bajo los pies del Camelo. Ríe a carcajadas el muy jijoputa. Seis y uno, siete. Maldigo en voz alta, parece una pesadilla con tanta buena suerte. Por unos instantes pienso en acercarme al Camelo, pegarle un puñetazo, quitarle el arma y volver cuanto antes a mi partida de naipes. Pero el personal me mira ansioso, quieren que lance. Lanzo, no es problema mío que a los mexicanos les guste tanto la sangre. Los dados rompen con la luna del charco, tres y cuatro, siete. No mames. Pensado y hecho, El Camelo en un segundo se revienta los sesos. Un gato huye asustado.

Uno a uno, volvimos al sopor de la Cantina el Perro.
Aquella noche de los tres sietes seguidos, perdí a las cartas hasta los calzoncillos de franela suave.

Al tiempo nos enteramos que el Camelo andaba liado con el Moncada y que por amor desesperado y mozo se quitó la vida. Lo de la apuesta era nomás para pasar el rato, su último rato junto a los que le queríamos de verdad; tres marineros, dos ancianos, el cantinero y yo.

LEÓN HURTADO.

lunes, agosto 28, 2006

MERA CIENCIA-FICCIÓN.

No fue por culpa de mi corazón escéptico o de mi soplapollez congénita, ni siquiera fue la cosa de que nada me importa un comino –por eso me apodaron el ácrata-, sino que no tuviste en cuenta una sencilla variable.

Siempre les pedía lo mismo a mis amantes.


-¡Háganlo! Por el amor de Dios, ¡suicídenme!-.


No era moco de pavo ni nunca dije que lo fuese.


Las más corrientes clonaban sus respuestas en mi oído.


-¿Qué te suicide? ¿De qué hablas? Calla y come-.


Ahí debía ser yo claro y conciso e imponerme.


-Que me suicides es que me vuelques a quitarme la vida-.


Y todas, comunes o extrañas guapas y feas, acaban por pensar lo mismo.


-Te pone el sado-.


Yo prefería proponer varios modus operandi de la cosa y prescindir del desviado sexto sentido femenino.


-Me puedes humillar denigrar reprimir deprimir vejar amar o querer; o si lo prefieres, sencillamente sé realista y dime qué guerra empezó hoy.


No todas daban le daban a uno la oportunidad de explicarse mejor.


-Me voy ahí te quedas loco ¿me hablas en serio? estás grillado ¿qué quieres de mí? ¿tengo cara de que me vaya lo raro? cerdo degenerado maníaco sexual necrófilo-.


Solían ser sus respuestas.

Hasta que te encontré a ti.
Tú sí sabías encaminarme al suicidio de forma magistral.

-¿Qué fue primero el huevo o la gallina? ¿hay vida después de la vida? ¿existe Dios? ¿amor o sexo? ¿estamos solos o acompañamos?-.


Pura filosofía perenne. Todo un logro.

Incluso tu método hizo migas con mi ansiedad y potenció mi desesperación.

Sólo tuviste un fallo.

Tus preguntas son mera ciencia-ficción.

LEÓN HURTADO.

viernes, agosto 25, 2006

POR LAS VENTANAS


Aquí todo parece ser final.
Todo se escapa, fuera de órbita.

Aquí entre tetas de enfermera
Jeringuillas de dos pies.
Se encaprichan natos tras las tapias.
Preguntan qué viejo murió
Y a quién le corresponde el espíritu.

Nadie sabe, la Madre Suprema
Pecho gigante que sacia
Las parte y reparte desde el más allá.

Por los pasillos, rincones
Salas de espera, escalones
Hasta en el retrete
El ama del Hospital Ángeles,
Colecciona transmutados sin gozo
Camas vacías, sábanas y restos
De mariposa en sollozo.

Algo parece estar fuera de orden.
Todo se escapa sin órbita.
Entre tetas de enfermeras,
Pies y jeringuillas
seis manos para tanto hueso.

Prefiero no desconcentrarme
Volver al filete y las papas rancias
Al puré que hago con el hervido
Al plato de plástico, cuchillo sin filo.

A los reportes
A los pips inflapulmones.
A los doctos en muerte.
Al goteo incesante
Del catéter sin vida .
Al dado sin cubilete
Que me trajo mi prima.

Porque aquí
Todo parece ser final.
Todo se escapa, fuera de órbita.
Por las ventanas, por los parques
Vuelan sin alas tantos suicidas
Que buscan aliento en la Muerte.

Les saludo alegre amigos
Por ustedes, por su suerte.

LEÓN HURTADO.

jueves, agosto 24, 2006

UNA PALABRA PARA UN INTENTO DE SUICIDIO


1.
Ummmm...
2.
Qué placer.
3.
Ya fueron dos.
4.
Y ahora tres palabras.
5.
Esta vez fueron cuatro, ¡contadas!
6.
Y cinco, no entiendo qué cojones ocurre.
7.
Que expliquen qué está sucediendo, ¡lo imploro!
8.
Lo intento ¿ven? ahora parezco contar hasta siete.
9.
Ocho, ¿se trata de una pesadilla geométrica o aritmética?
10.
¿Nueve palabras para hablar de un sucidia viejo y empastillado?
11.
Hablamos de mi persona, bueno pues, continúo pletórico, feliz hasta diez.

LEÓN HURTADO.

pd: gracias a todos por su apoyo, son bastones metafísicos.

domingo, agosto 20, 2006

PARTE MÉDICO

León Hurtado fue ingresado la madrugada del pasado viernes al sábado en el Hospital Los Ángeles de la Ciudad de México con un cuadro de intoxicación grave debido a la injesta elevada de barbitúricos. Tras un lavado de estómago, en estos momentos se recupera favorablemente. No obstante y debido a su avanzada edad, su estado de salud no deja de oscilar entre crítico y débil.

La familia es consciente de los deseos de suicidio que de un tiempo a esta parte abruman a León Hurtado, aunque debemos aclarar que siendo fieles desfensores del amor a la libertad y de la educación que él siempre nos inculcó, jamás nos opondremos a ellos. De todos modos, el sufrir por la vida de un ser querio es algo que no se le debe desear a nadie.

Atentamente, León Hurtado nieto, en representación de la familia.

sábado, agosto 19, 2006

PRIMER INTENTO: NEUROLÉPTICOS


A los lectores que después de seis días de bautizar este blog con la idea de una muerte inmediata haya podido acaparar, les informo: hoy, viernes dicinueve de agosto de 2006, voy a intentar por primera vez poner punto y final a mi vida. El método elegido es un cóctel de tranquilizantes conocidos como tranqulizantes mayores o neurolépticos. Del griedo, "neuro"(nervio) y "lepto" (atar), utlizados normalmente para tratar enfermedades mentales como la psicosis, esquizofrenía, manía o delirum tremens entre otras.

La mezcla se compone de una cuidada dosis de reserpina, haloperidol, butirofenona, tioxantina y fenotiacina. Y fue diseñada hace quince años por un viejo amigo psiquiátra, doctor en farmacología y anestesiología por la Universidad de Colorado. J.W. -permítanme no revelar su nombre aunque haga años que descansa en paz-, familiarizó a sus amingos más íntimos y allegados, entre los que se encontraba un servidor, con el uso experimental de los neurolépticos y su afección sobre el Karma, el Alma, el Aura, el Espíritu y otros concéptos arquetípicos de la religiosidad.

No me extenderé hablando de cómo se prepara el cóctel ni mucho menos cómo y dónde encontrar tales sustancias sin cometer delito alguno. Sin embargo, sí recomendaré el SUICUDIO por este método, a todos aquellos que tengan la posibilidad de prepararlo con tiempo y deseen irse de este mundo con expansión neuronal de alto voltaje.

Efectos secundarios en caso de equivocarse en la dosis y resular vivo.

1.Pérdida crónica de la capacidad afectiva, emotiva y voluntariosa.
2.Disfunción de la glándula tiroides, con un considerable aumento de peso.
3.Parkinsonismo, arrítmica cardíaca y parálisis muscular.

Como se ve en el cuadro anterior, por el bien de mi familia espero no fallar. No quiero pensar la desgracia a la que someteré a mi prole si esto no me sale bien.

El total se compone de ocho comprimidos y un miligramo más de cada sustancia química, dejando intervalos artiméticos de un minuto, de dos, de tres y así hasta ocho minutos. Y el miligramo restante de cada droga, debe ingerirse a lo largo de un minuto. El útimo minuto de vida.

Ocho y Uno. 81, mi edad.

Allá voy, deséenme suerte.

LEÓN HURTADO.

viernes, agosto 18, 2006

LA CRUCIFIXIÓN

Lo recuerdo bien. Uy, si lo recuerdo que de seguro no se me olvida nunca. ¡Qué martirio, Dios mío, qué martirio infructuoso! Maldita sea mi estampa el día en que se me ocurrió crucificarme, ¿en qué pensaba? En el suicidio, qué si no.

¡Hoy me crucifico! ¿Pero cómo? En las iglesias lo pintan chupado, easy man, take it easy; te subes a los dos palos en cruz, transformas los pecados en clavos de 15 centímetros, llamas al gañán del capellán y en un tres y no res, clavado, crucificado y perforado en el costado. Se me figuraba tan sencillo, pero a la hora de la verdad, tararí que te vi, una mierda –con perdón de la Santa Cruz-, pinchada en un palo.

“Viejo ateo se suicida crucificado” surcaba el titular por mi mente -como aerolínea de cola celeste-, cuando entré cauto a la iglesia de mi barrio. Tras la pila bautismal esperé la salida de las cuatro beatas de asiento reservado en el confesionario y en el mero instante en que el padre fatigado entraba en la sacristía, el despabile de mis zancas me llevó en tres patadas frente a al Cristo piadoso.

A la voz de alarma del sacristán, yo intentaba en vano sostenerme sobre los palos horizontales de la cruz. Bajo mis pies, la Santa Imagen grotesca y descoyuntada a cortes carniceros agonizaba sobre el altar de la iglesia.

¿Qué hace? –gritó el padre aterrorizado-.
¿Usted qué cree? ¡Crucificarme! –le argüí al sacristán que fustigaba con su escoba el pellejo de mis pompas-.
¡No, póngase en mis zapatos, se lo suplico! –fue lo último que escuché antes del fundido a blancos de mi mente-.

Al despertar un eco angelical resonaba en mis oídos, era Ziggy Polvo de Estrellas versión cristiana cantada por un seminarista imberbe. “Ziggy toca la guitarra, su voz sobrepasa Marte, resuena en la morada de Dios” Abrí los ojos, la monja Matusalén me arreglaba el alza cuellos y los zapatos me apretaban horrores. ¿Cómo era posible? ¿Cura yo? ¡Y en dos minutos la eucaristía de las ocho! Tras lavar los pecados de la última beata, me sentí indispuesto y quise descansar en la sacristía hasta la hora de la cena.

Al grito de Adrián el Sacristán, desperté de nuevo. ¡Qué día, Dios mío, qué día! Afuera, un viejo loco despedazaba al Piadoso en la Cruz y se disponía a crucificarse.

¡No! –le grité-, ¡póngase en mis zapatos, se lo suplico!

LEÓN HURTADO

miércoles, agosto 16, 2006

FÁCILES Y FACSÍMILES


Mi vida privada, compra naranjas en temporada helada.

El tren de la muerte, desagua la suerte.

Los besos no saben a nada, si no los besa un hada.

¿Mucho ruido en la cabeza? Mucho rabo en la cereza.

De todos los Papas, los auténticos son damas.

El suicidio apresurado, llamó a Ovidio recién afeitado.

Si todo pasa, no necesitas una casa.

Si nada pasa, deja en paz la farsa.

¿Quién no es loco aunque sea de poco a poco?

Por cantar, por beber, me llevaron al altar del deber.

Allá en el rancho grande, allá enmudeció mi sangre.

¡Qué par de tetas, por Dios, tenlas quietas!

Literatura y suicidio, ¿me río o me fío?

Hay mujeres, hay poderes, amarguras, también mieles.

A la vaca lechera, la olvidaron en otra era.

Boca de frambuesa, ábrete al día que empieza.

LEÓN HURTADO.

martes, agosto 15, 2006

MIS SUICIDIOS


De vez en cuando, cuando me venga en gana y las ganas no sean las de morir sino las del recordar, abriré las latas oxidadas de mi memoria y proyectaré en primicia las películas de los suicidios que, no diré me hicieron lo que soy, pero ahí, tres-cuatro andan punzando el corazón todavía. Algunas de ellas son culebrones en súper 8 y otras, meros fotogramas en celuloide velado, pero verídicas y carnales para el alma; ciertas y reales como que mi día a día es una prisión de años en Alta Definición Panasónica, como todos saben ya.

PRIMERA LATA.
JOSÉ AGUSTÍN GOYTISOLO. (1928-1999)

A tres pasos…

A tres pasos del nuevo milenio se quedó mi amigo Agustín, ¿y qué más da, si poco le importaba? Y con razón: a él, en los últimos años de su vida, sólo se dolía el no atreverse a seguir la luz. ¿Viejo cobarde? ¿Tan mayor y con el corazón en un puño? Ésas no son tormentas de verano que con pastillas y ansiolítico cesen de golpe.

A San José, a San Agustín, el no atrapar la luz los atormentaba, los mistificaba, a José Agustín no. Más bien al contrario, ver la luz pasar frente sí día con día y no montarla, no cabalgarla como bomba poética parecía importarle tres pimientos. ¿Por qué no seguir el alo que viene desde muy dentro de la biblioteca y se sale por la venta quién sabe para dónde? Por vida, por no irse ya, por tener cosas que hacer, sobre todo, deudas y facturas que la vida impone y el ego y el alma esperan cobrar...algún día.

Un día, José Agustín, te decidirás; te decías y te decías a ti mismo y ese día fue ayer, cuando a primeras horas de la tarde la luz, el alo, tenía el fulgor más intenso de todos los tiempos. La misma trayectoria, siempre hacia la ventana aunque está vez más espesa, como crema Light para viejos y provista de una blancura que ya la quisieran los corazones nucleares.

¿La sigues? Tres pasos no son tantos. Ahí queda el radiador, súbete a él, se pensará que quisiste arreglar una persiana y que fue un desmayo fatal . ¿La sigues?

La seguiste, tres pasos no fueron nada y dos o tres pisos de altura, menos todavía. Para los celos de San José y la envidia de San Agustín, te fuiste con la luz y casi nos dejas sin nada a los demás.

Lo curioso del relato, fue que un par de semanas después de tu funeral, baje desde Barcelona a Valencia, España. Y por casualidad, a tres pasos de la Estación del Norte, me llamaste la atención desde la puerta de un pequeño café-bar llamado, creo, la Selva. Una pequeña luz tenue sobre ti te anunciaba: hoy café-teatro, “SI TODO VUELVE A COMENZAR, SOBRE POEMAS DE JOSÉ AGUSTÍN GOYTISOLO.” Entré. A tres pasos de la última persona de la última fila, te vi, alegre y fantasma pero no como siempre, sino más feliz, entre dos actores jovencísimos que con tus palabras te invocaban.

Tu suicidio fue sencillo pero armado de un valor de arcángel. ¿Tendremos otros tanta suerte y tantos huevos?

LEÓN HURTADO.

LOS CELOS


Es increíble que un hombre como yo, tenga repentinos ataques de celos. ¡A mi edad y todavía murmuran las letanías del corazón! Y es que cuando la Muerte visita a otros, no puedo sino arrancarme los cuatro pelos que me quedan y negro como me pongo por la rabia, decirme ¿disfrutas con el espectáculo, Otelo?

LEÓN HURTADO

lunes, agosto 14, 2006

EL PAYASO


Le pregunté al Payaso:

-Señor P, verá usted, soy viejo y no deseo vivir más, ¿sería usted tan amable de matarme de risa?

Me miró de arriba abajo y me dijo:

-¿Apoco tiene usted tres novias, una limo negra y vive en una mansión de Hollywood Hills?
-No. Pero no entiendo qué tenga que ver una cosa con la...
-Ah, en ese caso…Tome.

Se quitó el sombrero, la peluca y la nariz de hule rojo y como quien echa un costal de papa al carro de la compra, dejó caer todo su atrezzo sobre mis manos de uñas transparentes.

-Hágalo usted mismo, suicídese. Ánimo, me sé un chiste buenísimo.
-¿Cuál?
-Un viejo le pregunta al señor P si le puede matar de risa.
-¿Y qué responde aquél?
-Ahora el payaso es usted.

Recogí mis bártulos, caminé la ciudad mientras la noche despuntaba entre el ocre de la contaminación y una vez en casa, frente al espejo que adorna la salida de emergencia, me dije vestido de payaso:

-Tengo tres novias, una limusina negra estacionada en la calle y un traje de payaso en mi casa en Hollywood Hills.

Faltó bien poco para morirme de la risa al recordar qué fácil es dejarlo todo en manos de otro, sin obtener ningún resultado.

LEÓN HURTADO

domingo, agosto 13, 2006

LOS OLVIDADOS



Una de las primeras cosas que hice al llegar a México siendo yo, todavía casi un niño veinteañero, mediaterráneo, exiliado y sumamente apendejado, fue trabajar como extra en la película Los Olvidados, del maestro Luís Buñel.
Me atrae la idea de irme de este mundo como otro extra (éste famoso y doblado por la voz de Buñuel) conocido como el PARALÍTICO sin piernas; despedirme rodando, rodando calle abajo y desaparecer hecho papilla por la fuerza y el peso deshacehuesos, de un coche cualquiera.

LEÓN HURTADO.

81 AÑOS


81 AÑOS

Domingo, 13 de Agosto de 2006.

Ochenta y un años. Multipliqué por tres la edad J. Hendrix, J. Joplin, J. Morrison y ese pijo rubio gringo, llamado K.C. Ochenta y un años y hoy, día de mi cumpleaños, me digo con gran ímpetu y decisión: este año encuentro un modo satisfactorio de quitarme la vida, seguro. Por eso este blog, por eso, qué mejor que utilizar el mejor medio a mi alcance para recibir ideas, consejos, propuestas o recomendaciones que me echen la soga al cuello y me ayuden en mi última voluntad; la de encontrar la forma de acabar con mi vida, de matarme, como antes escribí.

Se me permitirá, aunque fuese sólo por respeto a mi edad y mi condición de ser humano en mis casillas, decir una ÚNICA VEZ -para no tener que repetirlo NUNCA MÁS-, que el motivo por el cual deseo finiquitar mi existencia es, sencillamente PORQUE SÍ, y por favor, no hablemos más del asunto y ocupemos las neuronas en hallar la fómurla magistral que me ayude a irme de este mundo sin causar dolor a nadie, mucho menos a mi mismo.

Dicho esto, apuntar también que no sólo narraré en este blog los intentos fallidos de mi cometido-que espero no sean muchos-, sino que aprovecharé la oportunidad para hablar de mis inquietudes así como de los momentos más importantes de mi vida, aquéllos que me formaron como el viejo de 81 (¿ya, tan pronto? sí..) que ahora soy.

Una última cosa por hoy: mi joven nieto y tocayo León H., de 27 años, me pregunta si puede colaborar a veces, en la escritura de este blog a modo de crítico cinematográfico de películas que hablen del suicidio o de la muerte o de temas que a mí mi inquieten, yo le digo que ya veremos... Aún así, si algún lector conoce algún film que trate el tema que aquí nos congrega -la muerte de uno mismo-, con gusto le pasaré el dato a mi nieto y tocayo L. Hurtado para que escriba unas lineas sobre la película.

Sin más, agradezco vuestra comprensión y respeto.

Feliz Último Cumpleaños, León Hurtado.